“Bibliotecas Populares: espacios para visualizar los conceptos de cultura”

Autora: Carolina Pittinari – Licenciada en Ciencias de la Información

Las Bibliotecas Populares Argentinas constituyen un fenómeno, por su carácter civil asociativo y una relación de tutelaje por parte del Estado. Hoy existen más de 2000 Bibliotecas Populares en el país sus características son tan diversas como las comunidades donde se insertan.

Las Bibliotecas Populares nacieron con Sarmiento en 1870, junto a su impulso alfabetizador y la construcción de una cultura nacional que había que diseminar por todo el territorio.  En la actualidad las Bibliotecas Populares se consolidan como Centros Culturales sobre todo en comunidades alejadas de los grandes centros urbanos.

A través del tiempo las Bibliotecas Populares fueron mutando en sus objetivos, prácticas y fundamentos que las impulsaban. Es en el desarrollo de sus actividades y servicios donde podemos observar –en un análisis crítico profundo- la construcción de definiciones sobre la cultura, los productos o procesos que pueden ser entendidos como culturales así como las lógicas de acceso y producción de los mismos. 

Pensar las Bibliotecas Populares a partir de los conceptos de cultura que las atraviesan en sus prácticas cotidianas, nos permitirá entender esas mismas prácticas y construir una posición crítica que oriente nuestra intervención en ellas.  

Términos Claves: Bibliotecas Populares, Cultura, Políticas Culturales, Estado

Cultura, sus usos y variaciones en el desarrollo de las

Bibliotecas Populares Argentinas

Se puede afirmar que la cultura abarca el conjunto de los procesos sociales de significación o, de un modo más complejo, la cultura abarca el conjunto de procesos sociales de producción, circulación y consumo de la significación en la vida social (Canclini, 2004: 34)

Al abordar las Bibliotecas Populares, las concebimos como instituciones culturales porque deben considerarse como espacios de producción, circulación y recepción de sentidos sociales. Desde su fundación las Bibliotecas establecen lazos muy estrechos con un sector de la comunidad a la que pertenecen y por ser los miembros de la comunidad los promotores de dicha institución, se vuelven muy permeables a las situaciones prácticas y simbólicas que afectan a la comunidad –o por lo menos a un sector de ella–.

Las Bibliotecas Populares nacieron en nuestro país a finales del siglo pasado. Según Dobra y Ríos la primera Biblioteca Popular Argentina fue fundada el 15 de abril de 1866 en la provincia de San Juan y se la denominó “Sociedad Franklin”. No fue casualidad que en dicha provincia naciera Domingo Faustino Sarmiento, quien fue el propulsor e inspirador de este tipo de bibliotecas.  

En 1870, ejerciendo su cargo de presidente, elevó sus ideas al congreso en forma de proyectos de ley, que “proponía a la escuela y a la biblioteca popular juntas para ensanchar los horizontes del alma y del pensamiento del pueblo” (Dobra y Ríos, 1999: 34).  

El 23 de Septiembre de ese año, se promulgó la ley N° 419 que impulsaba la creación y  apoyo permanente a las Bibliotecas Populares Argentinas. Dicha ley dio origen a lo que es actualmente la Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares –CONABIP– que desde 1986 se rige por una nueva Ley, la N° 23.351 de Bibliotecas Populares, puesta en vigencia a partir de su reglamentación en 1989.

Más de 1900 bibliotecas populares funcionan actualmente en forma activa en la Argentina, presentando características muy heterogéneas. Oscilan desde las muy pequeñas y limitadas a un ambiente o dos, con menos de 5.000 libros, ubicadas en zonas desfavorecidas o de incipiente desarrollo poblacional, barriales o semirurales, hasta las grandes y complejas bibliotecas urbanas, transformadas en verdaderos centros que superan los 50.000 volúmenes. Todas ellas de una u otra forma brindan servicios básicos gratuitos de referencia, consulta y lectura en sala y también de préstamo de obras a domicilio a sus socios. 

En la mayoría de los casos la biblioteca adquiere la particularidad de transformarse en un lugar común y colectivo que brinda posibilidades de aprendizaje y de múltiples encuentros con materiales impresos y no impresos y con actividades culturales diversas. 

Esta ponencia surge de la Tesis de Grado que tuve la posibilidad de realizar para mi Licenciatura en Comunicación Social en la Escuela de Ciencias de la Información, UNC. En dicha tesis realicé un análisis de discurso de las leyes que habían dado nacimiento y posteriormente regulado la labor de las Bibliotecas Populares. A través del análisis identifiqué tres momentos claves en el desarrollo de las Bibliotecas Populares los cuales conllevan concepciones de cultura, educación, y sociedad civil muy disímiles. 

  • PRIMER MOMENTO: 1870, año de la creación de las primeras bibliotecas populares promovidas desde el Estado Nacional y fundación de la Comisión  Protectora de Bibliotecas Populares. Marcado por la reglamentación de la ley 419 en 1872, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento.    

Este primer momento está determinado por la sanción de la ley 419 sobre Bibliotecas Populares, en 1870. En esos años, se pensaba en la Biblioteca como una “Entidad alfabetizadora”, y a la cultura como un bien preciado que está al alcance de unos pocos y debe ser difundido y explicado. Así la función que la biblioteca tenía para con su comunidad fue la de posibilitar que el pueblo llegue a disfrutar de la cultura y enseñarle a hacerlo de manera correcta según las leyes de la “civilización”. La educación era el medio a través del cual: se construía la idea y la base de la identidad nacional; se instruía al pueblo sobre los valores de la “civilización”; y se reproducían los valores simbólicos –culturales, sociales, políticos y económicos– que permitían mantener la hegemonía.  

  • SEGUNDO MOMENTO: 1986, año de la sustitución de la ley 419 por la ley 23351 de Bibliotecas Populares, que regula el funcionamiento de la CONABIP, y establece los objetivos de las Bibliotecas Populares de dicha época. Durante la presidencia del Dr. Raúl Alfonsín. 

Este segundo momentos se desarrolla a la par del reemplazo de la ley 419, por la ley 23.351 reglamentada en 1989. En ese momento, se define a la biblioteca como una institución educativo-cultural, proclamada de libre acceso y no discriminatoria, y se piensa en la cultura basada en la igualdad de derechos, y el reconocimiento de la existencia de diferentes espacios culturales que hay que aceptar. Las crisis económicas y sociales producen un regreso a la idea fundadora. El déficit en el sistema educativo nacional, transforma a las Bibliotecas en espacios donde se realizar las tareas escolares. Es por eso que sus servicios se centran en la acumulación de información dentro del ámbito de la institución –inmensas colecciones de libros, videos, música, revistas y diarios, Internet, etc. – que abre sus puertas a todos quienes quieren acceder a ella. 

  • TERCER MOMENTO: 2006, época actual, identificada a través de las nuevas “Estrategias para el período 2004-2007” lanzadas por los directivos de la CONABIP. Durante la presidencia de Nestor Kirchner 

Este tercer momento, se enmarca en el desarrollo de las políticas de la CONABIP, basado en el Plan Estratégico publicado por el organismo como plan de acción para el período 2004-2007. En un momento histórico  proclamado como la era de la información o la “sociedad de la  información” el deber de la biblioteca radica en pretender asegurar el derecho a la información de todos los ciudadanos. Las políticas estatales muestran el desarrollo de un modelo nuevo, en el cual se reivindican los sentidos de pertenencia, y especificidad cultural. Se buscan crear espacios que atiendan a las problemáticas de cada comunidad, respondiendo a sus necesidades, teniendo en cuenta sus características particulares y sus maneras específicas de relacionarse y producir sentido. En Argentina se trata de un modelo en construcción, que algunas instituciones particulares han experimentado exitosamente a lo largo de los últimos años, pero no está desarrollado en toda su extensión a lo largo del territorio nacional. Se trata de construir Biblioteca Populares como “Centros Comunitarios” o “Centros Culturales”, donde la cultura es entendida como el sentido de las prácticas cotidianas particulares de la comunidad, reivindicando, así, el valor de las producciones populares y las culturas subalternas. 

El objetivo de esta ponencia es mostrarles como a través del análisis del desarrollo de las Bibliotecas Populares y las políticas culturales que las organizan, podemos observar  y pensar, desde un nuevo lugar, las nociones de cultura, educación y sociedad civil. Las Bibliotecas Populares son instituciones  socioculturales únicos en se especificidad y su perdurabilidad a través de los siglos; y pueden transformarse en objetos de investigación, nuevos espacios para asomarse y desde donde poder observar con una nueva perspectiva, las políticas culturales argentinas. 

El objetivo de las primeras bibliotecas fue el de “ser portadoras” de cultura y saberes, transmisoras de “la cultura civilizada”. La “sociedad de la información” trajo consigo la irrupción de los primeros teóricos que pensaron la comunicación en términos de transmisión de mensajes, efectividad y producción en masa, hacia 1989 se comenzó a pensar en los procesos comunicativos masificados  y la  “interconexión”, entonces, la finalidad fue la “transmisión” de información y conocimiento. Gradualmente las corrientes teóricas se alejaron de la idea de la producción lineal de mensajes y la imagen del receptor como un sujeto pasivo e inocente. Se reconfiguraron los significados y surgieron nuevos espacios y prácticas, el receptor adquirió una importancia decisiva, trasformándose en un sujeto activo, comprometido, capaz de “producir”, él también, sentido. En la actualidad el objetivo de las BP  se desliza tímidamente hacia los ámbitos de la producción cultural.   

 La imagen de público construida desde el Estado, fue mutando y resignificándose.  Un público virgen, y manipulable, que en 1870 es necesario para la legitimación de los grupos políticos pero es visto como el lugar de lo inculto, un público al que hay que instruir. Un público “usuario”, que para fines de 1980 se transforma en un receptor pasivo, como último eslabón de la cadena comunicativa. Y un público activo, un ciudadano que participa, un sujeto local que opina, un público necesario en cuanto legitima las acciones de las Biblioteca Popular, y resignifica en el espacio local de la comunidad las lógicas y prácticas de una cultura global y heterogénea.         

 Reconstruyendo el “objeto” de las Bibliotecas Populares

Sarmiento fue quien introdujo el concepto de Bibliotecas Populares en la Argentina a través de la ley 419 que promovió durante su gobierno en 1870. En el “Mensaje al Congreso”, texto enviado por Sarmiento a los Senadores como argumento para la aprobación de dicha ley,  se construye una idea de Biblioteca ligada únicamente a la noción de “libro”: Es necesario introducir las bibliotecas de distrito que pone en manos de los habitantes en las poblaciones más lejanas libros atrayentes y útiles, generalizando los conocimientos donde quiera que haya un hombre capaz de recibirlos. (Mensaje al  Congreso, 1870)

El libro fue para Sarmiento sinónimo de “desarrollo intelectual”. A más de 400 años de la primera impresión de un ejemplar completo de la Biblia por Juan Gutenberg, para finales de 1800 el “libro” se convirtió en el portador de conocimientos por excelencia, transformándose en el centro-eje del universo cultural de occidente. 

La falta de libros fue, para Sarmiento, la característica distintiva de las ciudades argentinas y la causa de su retraso intelectual. Apenas se reflexione sobre los motivos que retardan el progreso intelectual de nuestras poblaciones, viene sin duda a la cabeza la carencia y casi nula circulación de libros que se nota en ellos. (Mensaje al  Congreso, 1870)

Desde los principios de la historia el lenguaje oral primero y escrito después, fue el instrumento más importante en el desarrollo de los pueblos. Las personas que tenían el privilegio de comprender y producir “lenguaje duradero” eran quienes ostentaban un poder social sobresaliente. Martín Barbero describe la historia del libro como un proceso largo y de compleja comprensión, a través del cual adquirió múltiples usos y significados sociales: …modo de comunicación con la divinidad, instrumento de poder de las castas sacerdotales, reserva de saber y medio de enseñanza, expresión de la riqueza del príncipe y archivo de negocios,  instrumento de incorporación social de las clases populares, industria cultural y  best-seller. (Martín Barbero, 2001: 32)  

Este “poder”, dado por la posibilidad de acceso y manipulación de la escritura, impregnó las concepciones de cultura de toda la historia y modificaron las relaciones sociales. Según Canclini, la formación de la modernidad estuvo en manos de elites que sobreestimaron la escritura. 

Para fines de 1800 era la escritura, a través del libro y los periódicos, el medio de comunicación y circulación de conocimientos más utilizado. Por eso no resulta extraño que  para Sarmiento el libro tuviese un valor simbólico y cultural irrefutable. …el medio más poderoso de levantar el nivel intelectual de una Nación, diseminando la educación en todas las clases sociales, es fomentar el hábito de la lectura hasta convertirlo en un rasgo distintivo del carácter o de las costumbres nacionales. (Mensaje al  Congreso, 1870)

En la década del ´80, con el dictado de la ley 23.351 sobre Bibliotecas Populares en reemplazo de la ley 419, el Estado argentino, comienza a reconsiderar el “objeto” de las Bibliotecas Populares, si bien los esfuerzos –sobre todo económicos- están orientados hacia la adquisición de libros, se considera la necesidad de reconocer aquellos otros “objetos” que por los cambios culturales, tecnológicos y comunicacionales, las bibliotecas ya habían comenzado –primitivamente- a poner en juego en su actividad cotidiana. En la nueva Ley se especifican los objetivos de las Bibliotecas Populares  orientados a: …garantizar el ejercicio del derecho a la información, fomentar la lectura y demás técnicas aptas para la investigación, la consulta y la recreación y promover la creación y difusión de la cultura y la educación permanente del pueblo. (Ley 23351, 1986)

Es “la información” y “el conocimiento” la base sobre la que se organizan las Bibliotecas Populares, y “el libro” sigue siendo el espacio e instrumento a través del cual se accede a la información. La misión de las Bibliotecas Populares ya no es sólo tener libros, sino que se focaliza en la transmisión y difusión de los conocimientos y  la cultura que dichos libros contienen.

En el desarrollo teórico, se reconoce una situación de crisis en el ámbito de la cultura escrita. Para Jesús Martín Barbero, el estatuto del libro como eje de la cultura se ve amenazado por la hegemonía de la imagen, y los significados que en cada época se le atribuyeron a la “alfabetización”. Hubo un tiempo en que el camino a la emancipación, el acceso al saber, pasaba por la escritura fonética pero ¿Qué entender hoy por alfabetización? cuando mucha de la información que da acceso al saber pasa en una forma u otra por imágenes (Martín Barbero, 2001: 31)

Lo que se transforma hoy, según el autor,  son los modos de leer, ya no se debe  pensar la lectura como relación únicamente con el libro, sino con la pluralidad de textos y escrituras que hoy circulan de forma descentrada y conectada en ámbito heterogéneos –como la TV, las computadoras, y los medios gráficos-.  

Muy lentamente esta reconfiguración de modalidades y prácticas pretende ser primero reconocida y luego introducida a las Bibliotecas Populares como política cultural por parte del Estado. Son todavía escasas las referencias hechas desde los discursos oficiales a la necesidad de reconocer los nuevos espacios de producción y circulación de comunicación. Sin embargo, en el Plan Estratégico 2004-2007, se hace referencia a la necesidad de asegurar “la conectividad” de las Bibliotecas Populares a las redes y los servicios de información. “con el fin de brindar información, educación, recreación y animación socio-cultural mediante una colección bibliográfica y multimedia de carácter general y abierta a todo público

con el propósito de asegurar que la información, los libros y otros materiales o medios afines estén en permanente relación con la gente, gracias a una adecuada organización, a una dinámica acción cultural y a la incorporación de nuevos servicios y tecnologías”  (Definición de Biblioteca Popular, CONABIP)

No se reconocen todavía, desde el discurso oficial, aquellos otros “objetos” que son la base de la nueva configuración de la lectura espacio-temporal de sentidos –TV, los videos, Internet–. Como dice Barbero, enseñar las nuevas formas de leer no sólo los libros, sino el mundo.

 La tradición escrita, es tan extensa y se encuentra tan fuertemente arraigada a la idea de cultura que es muy difícil pensar las políticas culturales fuera de su lógica. Los discursos oficiales sobre Bibliotecas Populares, de 1989 y 2004 continúan enfocando sus acciones en la difusión del libro y la promoción de la lectura, aunque desde otros ámbitos.

Metamorfosis del carácter “Popular” de las Bibliotecas Populares 

En la ley 419 y el Mensaje al Congreso se construye la idea de “pueblo” como un espacio vacío que hay que llenar con los conocimientos civilizadores –traídos de occidente-.  Un pueblo “desprovisto hasta hoy de iniciativa”, con marcado “retraso intelectual”. Esta concepción es construida en comparación a las políticas culturales de los países desarrollados de occidente –“como sucede en la Alemania o en los Estados Unidos”-. Lo popular se configura en oposición a lo culto, lo civilizado, lo moderno, Sarmiento capitalizó esta distinción con la célebre frase “civilización vs. barbarie”.

Para las élites ilustradas de fines del siglo XIX “El pueblo interesa como legitimador de la hegemonía burguesa, pero molesta como lugar de lo in-culto” (Canclini, 2001: 197). Canclini explica que el pueblo comienza a existir en el debate moderno a fines del siglo XIX,  con la formación de los Estados nacionales y la ilustración, que piensa en “lo popular” como el lugar donde es legitimado el gobierno secular y democrático. Estas ideas se reproducen a lo largo de la obra de Sarmiento, quien en su libro Educación Popular, expresa:   Hoy nace la obligación de todo gobierno a proveer educación a las generaciones venideras (…) La sociedad en masa tiene un interés vital de asegurarse de que todos los individuos que han de venir con el tiempo a formar la nación, hayan por la educación recibida en su infancia preparándose suficientemente para desempeñar las funciones sociales a las que son llamados. (Sarmiento: 56-57)

Según Oliver Quijano Valencia la lógica hegemónica de la cultura occidental, se sustentaba en el desconocimiento del “otro” y la instalación de los valores religiosos, políticos y comerciales occidentales como legítimos. “Tal proyecto logra entonces una negación de la alteridad e introduce la conquista corporal, espiritual y material a través de violencia física y simbólica como parte de un itinerario de “salvación”y “conversión” del otro, proceso que desde el horizonte “humanista” legitima la sujeción y dominación del “bárbaro”, “inmaduro”, “salvaje” y “subdesarrollado”.” (Quijano, 2000) 

La construcción de la identidad nacional opera también a través de las Bibliotecas Populares, que se constituyen como un ámbito donde la sociedad civil puede colaborar con el proyecto del Estado. La “asociación”, que el discurso oficial pone en escena,  está formada por personas que saben leer, o se relacionan con la lectura, personas económicamente estables, lo que les permite aportar una cuota societaria colaborando para la compra de libros.  Un grupo de “particulares” que se constituyen en el espacio identificado con la cultura occidental civilizada, por contar con la posibilidad de acceder a los libros y colaboran con los poderes hegemónicos para posibilitar el acceso del “pueblo” a los libros que poseen, guardan y custodian. 

Para 1989 las BP se constituyen bajo la forma de una “asociación civil”, la cual debe formarse organizativamente como una “comisión directiva” y legalmente con “personería jurídica”. Por el carecer de las acciones que le son atribuidas, se transforman en “gestores”, “administrativos”, “bibliotecarios”, con énfasis en su carácter profesional y técnico. Mientras la Comisión Protectora administra y distribuye los recursos, la asociación se encarga de la gestión de ese espacio de la cultura que pretende asegurar el derecho de información de los ciudadanos. 

“Artículo 1 – La biblioteca popular argentina es una asociación civil de bien público, integrada a la sociedad, como entidad comunitaria autónoma comprometida con la transferencia del conocimiento y con un perfil básico ampliatorio de la educación formal y específicamente dinámico de la educación permanente.”

En la actualidad, las estructuras organizativas que reúnen a la sociedad civil en torno de las bibliotecas populares sigue siendo la misma que en 1989: Una asociación conformada por un “grupo de vecinos autoconvocados”, y  con la “necesaria aceptación de la comunidad donde son fundadas”.  Promovidos por la CONABIP, este grupo de “ciudadanos”, actúa reforzando los lazos entre la Bibliotecas Populares y su comunidad, mediante acciones que rescatan las culturas locales, promueven la participación ciudadana, y  reconfiguran la relación de la Bibliotecas Populares con otros espacios de la cultura nacional, como las universidades, y los centros turísticos.  

“La misión de la CONABIP, desarrollada a través de un Plan Estratégico que se enmarca en un proceso de Gestión Pública Integral, (entendido como una interacción permanente entre el diseño, la implementación y la evaluación de las distintas acciones), es la de promover el desarrollo de las BIBLIOTECAS POPULARES y su valoración pública como espacios físicos y sociales relevantes de la construcción y desarrollo de cultura popular e identidad nacional.”

 Debemos comprender que las asociaciones que conforman las Bibliotecas Populares, son vistas por el discurso oficial, como espacios desde donde la sociedad civil colabora de una manera u otro afianzando y reproduciendo el poder y los ideales de las clases hegemónicas. 

En el recorrido realizado a través del corpus observamos que el discurso oficial va modificando la forma de ver a la sociedad civil asociada. De los objetivos de “alfabetización cultural”, que a fines del siglo XIX favorecían la  reproducción de los imaginarios de las elites ilustradas; al control y administración que en 1989 se hace de los recursos y espacios informativos, para estructurar el flujo incesante de información producida por los nuevos medias y las corrientes transnacionales; a la recuperación, que en la actualidad se realiza del estatuto de ciudadano como un nuevo actor político que vuelve a legitimar, frente al control del mercado y los movimientos globalizadores,  el poder estatal y las particularidades locales.

El Desarrollo del concepto de “Público” en las Bibliotecas Populares

En este recorrido por “lo popular” surge necesariamente la idea de “público”, que se configura como el espacio opuesto al de las asociaciones que sustentan el accionar de las Bibliotecas Populares, el público es en última instancia el objetivo final de las políticas oficiales. A él se quiere llegar, influenciar, manipular. Para él se compran y coleccionan los libros, se producen animaciones socioculturales, se promueven actividades comunitarias, se realizan espectáculos culturales. 

Sarmiento piensa en un público plural, tanto la Biblioteca como la escuela debían ser públicas, libres de acceso y gratuitas. Es necesario introducir las bibliotecas de distrito que pone en manos de los habitantes en las poblaciones más lejanas libros atrayentes y útiles, generalizando los conocimientos donde quiera que haya un hombre capaz de recibirlos. 

Sin embargo como lo explica Canclini, el hecho de que las puertas de la institución estuvieran abiertas no aseguraba que toda la sociedad tuviera acceso al contenido simbólico que reproducían.  El proyecto cultural de  la modernidad ilustrada, buscaba ser incluyente pero sus logros fueron parciales: “Sabemos que su realización fue tan deficiente como lo muestran las investigaciones sobre la entrada desigual a la escuela y su aprovechamiento diversos por las diferentes clases, sobre los dispositivos de segmentación y exclusión de los públicos en los museos, los teatros, las salas de concierto y los medios masivos de comunicación.” (Canclini 2004: 42)     

Son estos mismos los argumentos que utilizan los opositores de Sarmiento en la cámara de diputados para resistirse a la ley 419. “…la experiencia nos ha demostrado que el establecimiento de las bibliotecas pública  en Buenos Aires no ha servido a ese fin sino para utilidad y solaz de los literatos y de los hombres curiosos; pero no para difundir la educación general de los pueblos. Son muy raros los hombres, señor presidente, que frecuentan la biblioteca en Buenos Aires; otro tanto ha de suceder también en las provincias.»

El público construido en 1870, es un público heterogéneo, “los habitantes en las poblaciones más lejanas”, “cualquier hombre capaz”, “el maestro”, “el niño”. Los identifica la necesidad –construida desde el Estado- de instruirse, adquirir conocimientos, civilizarse. Es entonces un público vacío de saber, como vacío de cultura es el pueblo al que pertenece. Un público virgen que los hombres “modernos” –que están en contacto con la cultura occidental, y ostentan el predominio de la representación simbólica- deben moldear y civilizar.   

En los textos analizados como corpus de la década del 80, se nombra al público estrictamente como “público” y “usuarios”. Esta reconfiguración puede entenderse a modo de síntoma de lo que Martín Barbero identifica como la “sustitución del estado por el mercado como agente constructor de la hegemonía” (Martín Barbero, 2001: 194)    

“Contar con el apoyo explícito de la comunidad de usuarios, para lo cual éstos se organizarán como entidad civil, creando una asociación comunitaria de la Biblioteca Pública con personería jurídica.” (Ley 23.351 -1989)

Los procesos de comunicación son entendidos como transmisión unilateral de mensajes y se exacerba el poder de los emisores. Con el surgimiento de los nuevos medios masivos y el auge de la publicidad política y comercial, se piensa en el receptor como un punto en la cadena comunicativa, el cual recibe y consume los mensajes producidos desde los lugares privilegiados del poder y las tecnologías. Las visiones tradicionalistas de las que habla Canclini, se conforman con aceptar la existencia de “lo popular” pero niegan su movilidad, su capacidad para producir sentidos como parte de la lógica global y hegemónica, en cambio los observan actuar en “su espacio subalterno”.   

La visión de “lo popular” como lo inculto, lo que hay que instruir de la ilustración, se ve modificada  a mediados del siglo XX, cuando surge el trabajo folclórico. Esta nueva corriente ve al pueblo como un actor pasivo  que existe ahí, dado, en su inmanencia. Positivista en su intento por despertar al pueblo e iluminarlo en su ignorancia; actuando con mesianismo político, cuando el conocimiento del mundo popular es utilizado para liberar a los oprimidos y resolver las luchas de clases; y finalmente con pasión tradicionalista, aprehensión  de lo popular como residuo elogiado, depósito de la creatividad y la transparencia de la comunicación cara a cara. 

Esta concepción no permite observar los cambios que redefinían la cultura popular, y niega su comprensión desde interacción con la nueva cultura “hegemónica”.  “El pueblo es rescatado, pero no conocido” (Canclini, 2001: 199)

Lo popular es estudiado, analizado y discutido, por esta nueva corriente, pero no se logra comprenderlo como parte de la nueva lógica de la cultura masiva. Según Canclini, los de derecha ven las prácticas de las masas como ausentes de “gusto”,  y ejemplos de decadencia moral y los de izquierda consideran sospechoso el placer, acusando a la penetración imperialista de la deformación de la “auténtica” cultura del pueblo. 

En 2004, el discurso oficial sobre Bibliotecas Populares construye un nuevo público, “la ciudadanía”, “el ciudadano”. Martín Barbero reconoce que el discurso intelectual actual está esbozando una nueva matriz conceptual cuyas claves son la rehabilitación del sujeto en la comunicación. De la mano de las nuevas teorías que rescatan el rol del receptor como participante y constructor del sentido, se produce el retorno al sujeto, como ciudadano en la construcción cotidiana de la democracia. 

En el “Plan Estratégico 2004-2007” se destaca el papel activo que se le adjudica al público, en cuanto comunidad donde la BP se desarrolla. Uno de los objetivos principales proclama “promover la valoración pública de las BP como espacios físicos y sociales relevantes de la construcción y desarrollo de la cultura popular e identidad nacional”.

Se revaloriza el espacio del público que deja de ser quien “recibe” para transformarse en el sujeto colectivo que legitima las prácticas y reconfigura el sentido apropiándose de los significados y configurando nuevos espacios de acción y reproducción de la hegemonía. El pueblo es colocado en el lugar del destinador justiciero y que juzga y evalúa, premia y castiga.

La imagen de ciudadano cuestiona otro concepto ampliamente difundido en el pasado, la relación  pueblo e identidad nacional. Ya no se puede hablar de “una identidad nacional” como pretendían hacer las elites ilustradas, hoy más que nunca, se produce un redescubrimiento de lo local/regional como espacio de identidad y toma de decisiones mientras que las dinámicas de la globalización interconectan todos los circuitos. Barbero observa hoy lo nacional, no enfrentado a lo internacional sino rehecho permanentemente en sus múltiples encuentros e intercambios.

Jesús Martin Barbero considera que los países latinoamericanos están sufriendo una nueva crisis de “lo nacional”, “por la globalización económico y tecnológica que redefine la capacidad de decisión política de los estados nacionales, y en la que se inserta la desterritorialización que moviliza el mundo informático y audiovisual.” (Martín Barbero, 2001: 23) y junto con esto, “cada región, cada localidad, cada grupo reclama el derecho a su memoria”. 

Las corrientes teóricas y prácticas sobre Bibliotecas en Latinoamérica, se inclinan al reconocimiento y valoración de las culturas populares, en tanto características específicas y bienes simbólicos particulares de las comunidades. El “Plan Estratégico” desarrollado en 2004 que propone los lineamientos de acción de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, puede ser entendido en relación con estas teorías. Entre sus objetivos, podemos observar la puesta en práctica de esta nueva lógica política que a la vez globaliza y regionaliza, lo práctico y lo simbólico. Se destaca una reiterada puesta en escena de valores relacionados con el reconocimiento y el desarrollo de la “cultura popular”, el “pensamiento nacional”, la “acción comunitaria”.  “Sorprende, además, la presencia de ejes de actuación y puesta en común internacional. La promoción del pensamiento nacional, y el rescate de las culturas locales a la vez que se promueve el “pensamiento latinoamericano”, y el desarrollo de “propuestas de intercambio MERCOSUR y Latinoamérica”.” 

Conceptos de Cultura en el desarrollo de las Bibliotecas Populares

“la cultura es el cúmulo de conocimientos y aptitudes intelectuales y estéticas.” (Canclini 2004: 30)

El concepto de cultura arriba citado permite naturalizar un conjunto de conocimientos y gustos que “serían los únicos que valdría la pena difundir, formados por una historia particular, la de occidente moderno, concentrada en el área europea y euronorteamericana.” (Canclini 2004: 30)

En el momento de aprobación de la ley 419 y el surgimiento de las primeras Bibliotecas Populares Argentinas, el mundo se movía a la par de los pensamientos de la ilustración, el positivismo y el desarrollo liberal. Marcadas por las ideas de progreso ilimitado, basadas en la fe constante en el poder de la razón y los descubrimientos de las ciencias. Se creía que a través de una educación apropiada, la humanidad podía ser modificada, cambiada su naturaleza para mejorar.  

Esta fue la lógica que propuso Sarmiento al momento de la fundación de las Bibliotecas Populares en 1870. Se necesitaban instituciones sociales capaces de alfabetizar al pueblo y  crear el sentimiento nacional, porque estaba surgiendo una nueva nación. Sarmiento reflexiona en el “Mensaje” enviado al congreso sobre las características de la sociedad argentina en aquella época y la describe como: “desprovista de iniciativa”, “con retraso intelectual”, que no tiene hábito de lectura y a pesar de su desarrollo económico no posee libros.  

Estas opiniones, encierran un rasgo característico del siglo XIX, el etnocentrismo cultural. A través del cual, como explica Canclini,  las clases hegemónicas o los grupos cultos aspirantes al poder, creyendo monopolizar la definición cultural de lo humano, miran la diferencia como “barbarie” o “incultura”. Descalificando la producción subalterna. (Canclini 2004: 71)

En su libro Educación Popular Sarmiento compara el proceso colonizador de América del Norte con el de América Latina, destacando que la eliminación de las razas aborígenes en el norte favorecieron el desarrollo de comunidades de “razas puras, con sus tradiciones de civilización cristiana y europeas intactas, con su ahínco de progreso y su capacidad de desenvolvimiento…” (Sarmiento, 1989: 15)  

Sarmiento apuesta al poder de los libros y la cultura escrita para elevar el desarrollo cultural e intelectual de la nación. El objetivo final de las políticas impulsadas por esa época fue la modernización del país, tanto política, económica como social y culturalmente. Se  pensaba “la cultura” “como un bien deseable para todos, que debía ser difundido ampliamente, explicado y vuelto accesible”. (Canclini, 2004: 45) Una cultura formada por los bienes y pensamientos producidos desde el espacio hegemónico de occidente. Una cultura “letrada”, “civilizada”, que había que inculcar a los grupos populares, incultos y bárbaros. 

la cultura como “lo que hace soportable una vida inhumana al inocularnos día a día la capacidad de conformarnos”. (Barbero, 2001: 55)

Para la década de 1980 las concepciones de cultura cambian radicalmente, en la ley sobre bibliotecas populares creada entre 1989 y 1986 que analizamos,  aparecen nuevos términos que reconstruyen los imaginarios de esa época. Estas leyes surgen junto con el restablecimiento del sistema democrático en la argentina, un país golpeado por el terrorismo de estado, la violencia política, la crisis económica que derivó en un estancamiento social. En la política y en la sociedad solo se escuchaba un pedido: no más violación a los derechos humanos. Además se afianzaban el reconocimiento internacional de los derechos del individuo, el auge del capitalismo, el liberalismo y la globalización.   

En las ley 23.351 observamos frases como:  “bien público”, “entidad comunitaria autónoma”, “centro cultural comunitario”, “actividades culturales locales”, “amplitud y pluralismo ideológico”, “garantizar el ejercicio del derecho a la información”, “fomentar la lectura”, “promover la creación y difusión de la cultura”, “reconocimiento oficial”. Y el objetivo principal de la ley, el reordenamiento institucional de las Bibliotecas  Populares, como estaba sucediendo en todos los niveles del Estado Nacional.

Las ideas que subyacen se relacionan, primero con un reforzamiento del poder del Estado en cuanto organización institucional, se quería ordenar al país. Pero además, se rescata la necesidad de reconocer la existencia de espacios comunitarios.

 Artículo 1 – Las bibliotecas establecidas o que en adelante se establezcan, por asociaciones de particulares, en el territorio de la Nación y que presten servicios de carácter público, podrán acogerse a los beneficios establecidos en la presente ley. Para ello deberán ser oficialmente reconocidas como Bibliotecas Populares y ajustarán sus estatutos a las normas que determine la respectiva reglamentación. (Ley 23.351 -1989)

Estas nociones coinciden con las corrientes, sobre todo científicas, del relativismo cultural. Para Canclini, estas nuevas corrientes efectúan un acto de justicia, al describir las culturas populares y permitirles tener su propio sentido, pero “imagina a los subalternos solo como diferentes.” (Canclini, 2004, 71) Se reduce así la comprensión y se ve las diferencias como faltas, y las alteridades como defectos, en oposición a las producciones culturales de los grupos hegemónicos. No se logran ver las relaciones y conexiones,  luchas y contradiscursos, que las culturas populares producían en una forma nueva de relacionarse con los valores del capitalismo, la transnacionalización, la comunicación masiva; no se ven los usos diferentes que dichas culturas hacen con las mismas lógicas con las que interactúan las culturas hegemónicas, los juegos de poder, los intereses en pugna.

Canclini explica que en la era neoliberal concebían la cultura como un conjunto opcional de bienes adquiribles a los que se podía o no acceder.  En correlato con estas ideas, la identidad de las Bibliotecas Populares es definida por la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) como “una institución educativo-cultural básica que en forma amplia, libre y pluralista ofrece servicios y espacios para la consulta, la expresión, el desarrollo de actividades culturales, de extensión bibliotecaria y de la lectura.”. La concepción anterior da cuenta de una institución que tiene la misión de poseer y atesorar los bienes culturales de la sociedad y permitir el “libre” acceso a ellos a través de lo cual, garantiza, uno de los valores sociales de la época, el “derecho a la información”. 

El predominio de lo mercantil sobre lo estético y el descentramiento del estado como centro organizador de las lógicas sociales y culturales, transformó a las actividades culturales en servicios socioculturales, actividades autofinanciadas y lucrativas, obligadas a buscar clientes más que lectores y espectadores. 

En la argentina las consecuencias de las lógicas economicistas se acrecentaron, como consecuencias del terrorismo de Estado que había sufrido la sociedad por casi nueve años. Se debilitaron los lazos de solidaridad, se perdió confianza en la acción comunitaria, y la acelerada despolitización, llevaron al predominio de valores como el individualismo, el pragmatismo y la eficacia. Esto transformó a los ciudadanos en hombres de mercado, y a las lejanas utopías de emancipación en la posibilidad de consumir en un mercado libre. Se disolvió el espacio de lo público y surgió lo privado, con los empresarios transnacionales que  invertían en la cultura y el repliegue de las personas a su mundo privado, cotidiano, individual. 

La cultura fue comprendida como la suma de objetos y prácticas características de cada grupo, y sociedad, pero siempre consientes de la existencia de “una cultura hegemónica” y “las culturas populares”, no como oposición ni como diálogo, solo existentes allí en su inmanencia.  En la década del 80 se aplicó una política cultural museística, en su intento por preservar el patrimonio de las culturas populares, pero también espectacular, en la transformación de las actividades culturales en espectáculos y los espectadores en usuarios y clientes.

“La cultura abarca el conjunto de los procesos sociales  de producción, circulación y consumo de la significación de la vida social” (Canclini, 2004: 41)

En el año 2004, el gobierno argentino, proveniente de la centroizquierda, recupera viejos ideales de justicia social, desarrollo equitativo y reivindicación de las clases populares. Un modelo que se presenta en clara oposición con las políticas neoliberales de los 90. En el sector cultural y sobre todo en el plano de las Bibliotecas Populares, no se producen cambios en las legislaciones. Sin embargo, con la llegada de nuevos directivos en la CONABIP, se traza el “Plan Estratégico 2004-2007” donde se expone a través de proyectos específicos las políticas en relación al sector. 

En el documento, el objetivo está puesto en el desarrollo y valoración de las bibliotecas populares pero ya no desde el reconocimiento Estatal, sino desde las propias comunidades donde se insertan. Esta idea transforma a las comunidades en sujetos activos, con posibilidad de participación y sobre todo con “poder” de resignificar y legitimar las prácticas provenientes de los espacios hegemónicos. 

La definición de cultura que Canclini adopta en su libro Desiguales y Desconectados nos sirve para entender las nuevas lógicas que cruzan las políticas culturales actuales.  “La cultura abarca el conjunto de los procesos sociales  de producción, circulación y consumo de la significación de la vida social” (Canclini, 2004: 41)

Así entendida, la cultura deja de relacionarse sólo con los objetos -libros, obras de arte-, y las aptitudes –saber leer y escribir, estar instruido, producir o poseer obras de arte- y comienza a existir en los procesos de producción material y reproducción social. En los espacios de lucha y resignificación de los usos, en las interconexiones y las especificidades de la culturas populares que impregnan de sentido local sus artesanías y prácticas rituales. 

De la mano de esta concepción las políticas culturales son entendidas como intervenciones orientadoras del desarrollo simbólico, que contribuyen a establecer el orden y la transformación legítima, la unidad y la diferencia válida, las identidades locales, regionales y nacionales. “Su sentido profundo apunta más al hacerse de la sociedad, a la conformación de marcos y pautas generales de convivencia, que a la sola ilustración humanística o el cultivo estético.” (Bayardo, 2000)

La imagen de la biblioteca se transforma, entendida ahora como centro comunitario, y agente del cambio social. Las culturas populares son valoradas pero siempre comprendidas dentro de los procesos de interacción y multiculturalidad. Su objetivo es llegar a la comunidad, tener una relación más fluida con ella y generar espacios de acción comunitaria. 

En el “Plan Estratégico” se reiteran los objetivos que enuncian “inserción comunitaria y local”, “promover el pensamiento nacional y latinoamericano, y el desarrollo de la cultura popular”, “desarrollo de circuitos culturales zonales, regionales y descentralizados.”

Se trata, entonces, de una cultura que recupera lo que las culturas populares tienen de local y único, y las comprende como sujetos activos, que en su relación con las lógicas de las culturas hegemónicas, producen ellos también sentido. Se recupera el valor simbólico de los procesos sociales, todos comprendidos en el plano de lo cultural,  y se reivindican los movimientos que tanto desde los espacios hegemónicos como desde las culturas populares, producen y reproducen sentido.   

Es difícil abarcar el universo cultural en una discurso, y mucho más difícil es tratar de entenderlo desde una disciplina, una ciencia, aún a través de la interdiscursividad y los trabajos interdisciplinarios, el resultado se torna siempre reduccionista, parcial. 

Pensamos que es importante tener en cuenta aquello que Canclini, expuso en su libro Diferentes, Desiguales y Desconectados, más allá de las distintas concepciones de cultura que en cada época prevalecía: “Siempre hubo un gran sector de los bienes simbólicos que fue considerado como mercancía, sus expresiones más valoradas tuvieron sentido suntuario,  y los comportamientos culturales operaron como procedimientos para diferenciar, distinguir, incluir, excluir.” (Canclini, 2004: 42) 

Bibliografía

Leyes y Documentos Oficiales

  • Primera Ley de Bibliotecas Populares Ley Nº 419 (Ley Sarmiento – Año 1870) – Sanción: 21 setiembre 1870 Promulgación: 23 setiembre 1870 junto con el MENSAJE AL CONGRESO Remitiendo el Proyecto de ley para Promover las Bibliotecas Populares – Bs. As. Junio 10 de 1970
  • Reglamentación de la Ley 23.351 de Bibliotecas Populares – Año 1989- República Argentina Reglamentación de la Ley 23.351 de Bibliotecas Populares – Promulgada por Decreto P.E.N. N° 1.512/86 y Fragmentos de la Ley 23.351 donde se describe a las Bibliotecas Populares y su función.
  • Plan estratégico de desarrollo y valoración de las bibliotecas populares – CONABIP – PERÍODO 2004 – 2007 (Publicado en 2004) y la Definición de Biblioteca Popular que actualmente publica la CONBAIP en su página web, en la sección “¿Qué es una Biblioteca Popular?”

Libros

DOBRA, Ana T y RÍOS, Daniel R. (1999) “Las Bibliotecas Populares Argentinas” Métodos de Información · Vol 6 – Nº 32-33 · Septiembre 1999

GARCÍA CANCLINI, Nestor. (2004) Diferentes, Desiguales y Desconectados. Mapas de la Interculturalidad. Barcelona: Editorial Gedisa.

GARCÍA CANCLINI, Nestor. (2001) Culturas Híbridas. Estrategias para entrar y salir de la Modernidad. Buenos Aires: Editorial Paidos. (1* Edición 1990 Editorial Grijalbo)

GARCÍA CANCLINI, Nestor. (1997) «El malestar en los estudios culturales», Fractal n° 6, julio-septiembre, 1997, año 2, volumen II, pp. 45-60. 

ROSSO – COMISIÓN PROTECTORA DE BIBLIOTECAS POPULARES (1932) Noticia histórica y memoria, 1931-32 / Comisión Protectora de Bibliotecas Populares — Buenos Aires : Talleres Gráficos Argentinos de L. J. Rosso, 1932 . 

SARMIENTO, Domingo Faustino. (1989) Educación Popular. Córdoba: Banco de la Provincia de Córdoba 1989. Estudio y Notas de Adelmo Montenegro. 

Artículos de Internet

CONABIP – Página Oficial – (en línea)  En: URL http://www.conabip.gov.ar Visto 05-2006 

GARCÍA CANCLINI, Néstor. (1987)  Políticas culturales de América Latina, Grijalbo, México. Citado en: Pallini, Verónica.  “El Rol Del Estado En Las Políticas Culturales” Publicado en Leedor el 28-4-2005 En http://www.antropologia.com.ar/articulos/politica05.htm Visto 04-2006

QUIJANO VALENCIA, Oliver. (2000) La pretension ´hegemonica´ de la cultura occidental y el sincretismo de nuestro espacio–tiempo V. CONGRESO VIRTUAL 2000 Ciudad Virtual de Antropología y Arqueología. http://www.naya.org.ar/index.htm Revisado Mayo 2006

WILLIAMS, Raimond, «Culture». (1990) P.76-82. Traducido por Tomás Austin M. 1990. En http://members.lycos.co.uk/tomaustin/ant/cultwilliams.htm Visto 04-2006

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